Publicado originalmente en "Trébol Negro" (CNT Almería)
El otoño de 2001 vio culminar un entusiasmo editorial y militante para los textos de Noam Chomsky, perceptible desde 1998. Varias recopilaciones se publicaron (en particular, por la editorial Agone), así como algunas entrevistas; una parte de la prensa anarquista hace un uso inmoderado de sus numerosos textos y entrevistas disponibles en internet.
Le Monde Libertaire le consagraba la portada de su primer número del año, preludio a una larga serie [1]. Los textos políticos del famoso lingüista americano eran en efecto imposibles de encontrar hace veinte años.
Este redescubrimiento se realiza casi siempre de forma panergírica. “Noam Chomsky es el más conocido de los anarquistas contemporáneos; es también uno de los más famosos intelectuales vivos”, escribe Normand Baillargeon (“El orden sin el poder”, Agone, 2001). En el prólogo de “La guerra como política exterior de los Estados Unidos” (Agone, 2001) Jean Bricmont lo califica llanamente de “gigante político ignorado”. Los “autores” de una entrevista, curiosamente titulada “Dos horas de lucidez” (Les Arènes, 2001), tampoco le van a la zaga, aclamando “uno de los últimos autores y pensadores vivos verdaderamente rebeldes de este naciente milenio”, cuyo tiempo libre, nos informan “se reserva con seis meses de antelación”. No cabe duda que estas fórmulas, a las que no pienso imputarles un crimen, características de un culto a la personalidad extrañas a la tradición libertaria, hacen reir al principal interesado. Pretenden, y por eso me interesan, convencer al lector que tiene la oportunidad de descubrir un pensamiento absolutamente original hasta entonces despreciado e ignorado. Por parte de los periódicos y comentaristas libertarios (Baillargeon, etc.), se trata de utilizar la reputación internacional del lingüista Chomsky para favorer la difusión de posiciones políticas calificadas de anarquistas, y así darles credibilidad ante el reconocimiento universitario y científico de quien las defiende. Por tanto es necesario presentar a Chomsky como un lingüista célebre duplicado en un pensador anarquista. Es sobre la legitimidad -y las consecuencias- de este dispositivo lo que aquí deseo examinar.
Es importante antes tener en cuenta que al mismo tiempo que se presenta al anarquista al público militante, el analista de la Política Exterior (militar, en particular) de los Estados Unidos ve abrir ampliamente las columnas de la prensa respetuosa, sin que nunca se mencionen sus simpatías libertarias. Le Monde, que le concede una página entera en un suplemento sobre la guerra (22 de noviembre de 2001) lo califica a pesar de todo de “encarnación de un pensamiento crítico radical”. Le Monde Diplomatique, que publica “Terrorismo, el arma de los poderosos “ (diciembre de 2001) no susurra palabra de sus compromisos. El caso es que también el mismo Chomsky se abstiene de hacer la menor alusión. Admitimos -reservándonos el derecho de intentar un examen a fondo en un futuro- la separación entre su trabajo como lingüista y su actividad militante (justificada por el hecho de que ésta última no debería estar reservada a los especialistas), como comprendemos mal por qué el “anarquista” Chomsky descuida semejantes tribunas, y espera que se le planteen cuestiones sobre su compromiso anarquista, como si se tratase de cuestiones “personales”, para abordar este aspecto de las cosas. Haciendo esto, contribuye a su propia instrumentalización por los fabricantes de ideologías, unas veces ignorado (en los USA desde el 11 de septiembre), y otras celebrado (en Francia) dentro de un perfume de antiamericanismo.
En su opúsculo de vulgarización “El orden sin el poder”, unánimamente saludado por la prensa anarquista, Baillargeon considera que Chomsky “prolongó y renovó la tradición anarquista”. Se abstiene no obstante -¡por qué!- de indicar en que podría consistir esta “renovación”. El mismo Chomsky parece más próximo a la verdad cuando precisa (en 1976): “No me considero realmente un pensador anarquista. Digamos que soy un compañero de viaje” [2]. Aparte de la filiación anarcosindicalista, reivindicada en muchas conversaciones concedidas a revistas militantes [3], no es tan fácil -a pesar de la reciente plétora de publicaciones- hacerse una idea precisa del compañerismo anarquista de Chomsky. He limitado mis investigaciones a la cuestión, esencial, de la destrucción del Estado y la ruptura con el sistema capitalista.
Indico aquí, para conveniencia de mi observación y su lectura, qué entiendo por “revolucionario” precisamente el o la que toma partido por tal ruptura, necesidad previa para la construcción de una sociedad igualitaria y libertaria. Simétricamente, se dice “contrarevolucionario” el que declara la ruptura imposible y/o poco deseable.
Reforzar el Estado
En uno de los textos recientemente publicado [4], Chomsky recomienda una política que tiene -desde el punto de vista anarquista- el mérito de la originalidad: el refuerzo del Estado. “El ideal anarquista, cualquiera que sea la forma, siempre ha tendido, por definición, hacia un desmantelamiento del poder oficial. Comparto este ideal. Con todo, entra a menudo en conflicto directo con mis objetivos inmediatos, que son defender, o incluso reforzar algunos aspectos de la autoridad del Estado [...]. En la actualidad, en el marco de nuestras sociedades, considero que la estrategia de los anarquistas sinceros debe ser defender algunas instituciones del Estado contra los asaltos que sufren, esforzándose al mismo tiempo en obligarles a abrirse a una participación popular más amplia y más efectiva. Este enfoque no se ve socavado desde dentro por una aparente contradicción entre el ideal y la estrategia; procede naturalmente de una jerarquización práctica de los ideales y de una evaluación, igualmente práctica, de los medios de acción”.
Chomsky vuelve sobre el tema en otro texto, no traducido en francés [5], del que voy a dar lo esencial del contenido, antes de criticar ambos. Preguntado sobre las posibilidades de realizar una sociedad anarquista, Chomsky responde utilizando un lema de los trabajadores agrícolas brasileños: “Dicen que deben ensanchar su jaula hasta que puedan romper los barrotes”. Chomsky considera que en la situación actual en los Estados Unidos es necesario defender la jaula contra los depredadores exteriores; defender el poder -ciertamente ilegítimo del Estado contra la tiranía privada. Es, dice, una cosa evidente para toda persona preocupada por la justicia y la libertad, por ejemplo alguien que pensara que los niños deben ser alimentados, pero esto parece difícil de comprender para muchos de los que se proclaman libertarios y anarquistas. A mi parecer, añade, es uno de los impulsos irracionales y autodestructores de las personas de bien que se consideran de izquierda y que, de hecho, se alejan de la vida y las aspiraciones legítimas de las personas que sufren.
Excepto la referencia, más precisa que en el texto precedente, a los Estados Unidos, es la misma clásica defensa e ilustración del supuesto realismo reformista. ¡Esta vez, a pesar de las advertencias, supone a los adversarios actuales del Estado más tontos que cualquier persona enamorada de la justicia, y además, incapaces de comprender que contribuyen a que los niños se mueran de hambre! Los “anarquistas sinceros” son invitados a reconocer honestamente encontrarse pues en un impasse reformista.
Observemos inmediatamente que este fatalismo estatal, duplicado de un moralismo reformista bastante desabrido, tiene eco en Francia. La revista libertaria La Griffe publicó en su entrega del verano de 2001 un “Dossier Estado” cuyo primer artículo concluye con esta fórmula, calcada de Chomsky: “el estado [sic] es hoy la última muralla contra la dictadura privada que no nos hará regalos” [6].
Puesto que similares enormidades pueden publicarse hoy en una revista libertaria sin que sus animadores vean allí otra cosa que un punto de vista tan legítimo como otros, es indispensable oponerse a los efectos de la “pedagogía” chomskyana poniendo algunos relojes en hora.
“Ideal” y “realismo”
La historia reciente nos abastece de ejemplos de luchas llevadas parcialmente en nombre de la defensa de los “servicios públicos” (transportes, Seguridad Social, etc.), que no merecían, por cierto, ser condenadas en nombre de un principio antiestatal abstracto. Por ejemplo [7], he analizado el desmantelamiento de la red ferroviaria tradicional y su sustitución por el “sistema TAV” [*] destinado a una clientela de personal ejecutivo, circulando entre las grandes metrópolis europeas. Se trata de la constatación histórica de la privatización creciente de los “servicios” (transportes, salud, correos y telecomunicaciones, agua, gas, electricidad) y las consecuencias nefastas que se derivan. No se me ocurrió -porque no existe ningún lazo lógico entre ambas proposiciones- deducir de esto la necesidad de una “jerarquización práctica de los ideales”, que conduciría ineluctablemente a teorizar un sostén de la institución estatal que se pretende querer destruir.
Que puedan existir, dentro de un momento histórico dado, enemigos diferentes y desigualmente peligrosos, y que un revolucionario pueda encontrarse en la penosa (y aleatoria) necesidad de alinearse con un adversario en contra del otro, haría falta un dogmatismo tonto para no admitirlo. Así no es inconcebible basarse en el compromiso en pro del “servicio público” (a condición de desacralizarlo) para frenar, en la medida de lo posible, los apetitos de las grandes empresas. No es cierto que esto sea equivalente a una renuncia necesaria, de la que [**] la teoría leninista del “deterioro del Estado” -que Chomsky específicamente rechaza- nos proporciona una versión calculada. En otros términos: reforzar el Estado para después borrarlo, ¡ya nos la han jugado! En cambio, si movimientos de oposición a las tendencias actuales del capitalismo conducen a restaurar, temporalmente, ciertas prerrogativas de los Estados, no veo razón para perder el sueño. Se observará que Chomsky invierte el proceso. Para él, es el ideal (el desmantelamiento del Estado) el que entra en conflicto con los objetivos inmediatos. Ahora bien, el objetivo inmediato no es fortalecer el Estado, sino por ejemplo retrasar la privatización de los transportes, debido a las restricciones que necesariamente trae a la circulación. El “fortalecimiento” parcial del Estado es pues aquí una consecuencia y no un objetivo. Por otra parte, se ve que el hecho de bautizar de “ideal” la destrucción del Estado empuja este objetivo fuera de lo real. La cualificación equivale a la descalificación.
El verdadero realismo, me parece, consiste en acordarse de que un Estado sólo dispone de dos estrategias eventualmente complementarias para responder al movimiento social y más aún a una agitación revolucionaria: la represión y/o la reforma/recuperación. Un movimiento revolucionario, portador de una voluntad (consciente o no) de ruptura con el sistema existente no puede -por definición- obtener satisfacción de un Estado. En cambio, puede forzar a éste a jugar a la reforma, a las retiradas, a la demagogia.
El inconveniente del reformismo como estrategia (aumentar la “participación popular” en el Estado democrático, dice Chomsky) es que no reforma nunca nada. Y esto por la excelente razón de que el Estado autoadaptador se recompone con las reformas por lo menos tanto como con ciertos motines. No existe, fuera de la lucha, garantía de que una reforma “progresista” no sea vaciada de su contenido, pero debemos rendirnos a esta evidencia, paradójica solamente en apariencia, que es la acción revolucionaria el medio más seguro de reformar la sociedad. Muchas instituciones y dispositivos sociales son así resultado de luchas obreras insurreccionales. El hecho de que se pongan en entredicho a la vez por los políticos y los capitalistas puede dar lugar a ver la salvación en un fortalecimiento del “Estado”, concebido como entidad abstracta o como una especie de materia inerte, un dique por ejemplo, que habría que consolidar para protegerse de las inundaciones. El Estado institucionaliza en un momento histórico dado las relaciones de clase que existen en una sociedad. Recordemos que la definición (en derecho político) del Estado moderno es el que dispone del monopolio de la violencia. Un antileninista como Chomsky sabe por otra parte que no existe Estado “obrero”; es decir el Estado es por naturaleza un arma de la burguesía.
Criticado en los EE.UU
Las posiciones defendidas por Chomsky y sus admiradores canadienses no reflejan, ni de lejos, el punto de vista general de los medios libertarios o anarcosindicalistas en los Estados Unidos. Han sido muy criticadas particularmente en la revista trimestral Anarco-Syndicalist Review, a la que había concedido una entrevista [8]. La metáfora de la jaula que debe ensancharse, que Chomsky juzga especialmente luminosa [9], desencadena la ira de James Herod: “Los depredadores no están fuera de la jaula; la jaula, son ellos y sus prácticas. La propia jaula es mortal. Y cuando nos damos cuenta que la jaula abarca las dimensiones del mundo, y que no hay “exterior” donde escapar de nosotros, entonces podemos ver que la sola manera de no ser asesinados, o brutalizados y oprimidos, es destruir la jaula misma”.
Si el conjunto de colaboradores reconocen a Chomsky el mérito de analizar la Política Exterior de los EE.UU. [10], dando una visibilidad al movimiento anarcosindicalista americano, y proporcionando una crítica de los medios de comunicación que parece nueva al otro lado del Atlántico, tres de ellos (sobre cuatro [11]) absolutamente se desmarcan de su reformismo. “Es posible, como Chomsky, ser sindicalista y defender los beneficios de la democracia liberal, pero esto no es anarcosindicalista ni anarquista”, escribe Graham Purchase. “Sería un error para nosotros, añade James Herod, volvernos hacia Chomsky para pedirle su opinión sobre sujetos que realmente no estudió, porque sus prioridades estaban en otro lugar, en particular, lo que afecta a la teoría anarquista, a la estrategia revolucionaria, a las concepciones de una vida libre, etc.”.
En Francia: ¿al servicio de qué estrategia?
¿Por qué publicar hoy los textos de Chomsky sobre el anarquismo? Apartemos la hipótesis simplista de la ocasión de una coedición franco-quebequesa, financieramente sostenida -incluido en Francia- por instituciones culturales de Quebec [12], aunque la originalidad del dispositivo editorial merece ser señalado. ¿Se trata más bien de publicar sin discernimiento un corpus teórico importante -por su volumen-, producido por un científico muy conocido aportando un aval serio a un “anarquismo” cuyo contenido preciso importaría poco?
Esta segunda hipótesis es invalidada por la publicación simultánea de los textos de Normand Baillargeon, que reanuda y enumera la distinción chomskyana entre los objetivos (muy a largo plazo) y los fines inmediatos, estos últimos siendo “determinados teniendo en cuenta las posibilidades permitidas por las circunstancias”[13], las cuales sirven para justificar un compromiso -la palabra es de Baillargeon- “ciertamente coyuntural, provisional y con mesura con el Estado”. También Baillargeon reprocha a Chomsky sus argumentos lacrimógenos (los pequeños niños muertos de hambre) y sus llamadas a la “honradez intelectual”: “Eso significa textualmente, si no se juega con las palabras, estar a favor de la defensa de ciertos aspectos [sic] del Estado”. Avanza incluso, rematando así la inversión chomskyiana de la perspectiva histórica, que la obtención de reformas “es sin duda la condición necesaria” para la conservación de un ideal anarquista.
El reformismo no es pues el peor de los recursos, sino el medio inmediato para sentar las bases sobre las cuales se construirá una maquina que permitirá lograr los fines revolucionarios. No es de extrañar: ni la naturaleza de la maquina ni su modo de propulsión son indicados. Esta rehabilitación “libertaria” del reformismo encuentra su eco en los medios anarquistas franceses o francófonos, como por otra parte en los enfoques como los de Attac, ya criticado en estas columnas, que en absoluto se refiere al “ideal libertario” pero recurre a la fraseología y al imaginario utópico del movimiento obrero (cf. Oiseau- Tempête n° 8). La moda reformista-libertaria también se expresa en el eco dado a las tesis “municipalistas”, que vienen de Bookchin, y en la tentativa de crear un polo universitario-libertario, del que participan los eruditos coloquios organizados por ediciones ACL (Lyon) y hasta cierto punto la revista Réfractions. Que tal o cual de estas iniciativas sea llevada por excelentes camaradas no se tiene en cuenta aquí. Cuando las ideas libertarias suscitan un cierto renacido interés editorial y militante, de la que dan prueba la creación de librerías anarquistas (Ruán, Besançon, etc.) y numerosas publicaciones, se dibuja una tendencia que presenta como compatible con la tradición anarquista una versión sin originalidad del reformismo, dado como único sustituto posible para cambiar el mundo.
Como lo recuerda uno de los críticos americanos de Chomsky, cada uno tiene derecho a estar en un partido que es -estrictamente hablando- el de la contrarevolución. Debe ser desconstruido y criticado -en una palabra combatido-, y con mucha menos complacencia cuando se envuelve en los pliegues de una bandera negra para dar brillo y pedigrí adulador a un anarquismo de opinión, devenido disciplina universitaria, actor de la pluralidad democrática o curiosidad museológica.
La ruptura con el sistema capitalista, vía necesaria hacia la construcción de una sociedad comunista y libertaria, sigue siendo una de las líneas de fractura esenciales entre los que aceptan este mundo -cínicos liberales-libertarios o ciudadanos serviles- y los que quieren inventar otro. Ahora mismo, me gustaría que todos los honestos libertarios que solicitan a Chomsky, publican a Chomsky, y venden a Chomsky a mogollón, saquen las consecuencias y nos digan si, hecha la reflexión, se unen a la estrategia del compromiso, al anarquismo de Estado.
Claude Guillon.
Traductor (M A. Martínez de S.O.V. Almería).
Fuente: http://barcelona.indymedia.org/newswire/display/469836/index.php
(*)AVE en España
(**) El texto en francés es el siguiente: Il est inexact que cela soit équivalent à un nécessaire renoncement, dont la théorie léniniste du «dépérissement de l’État» - que Chomsky récuse
précisément - fournit la version calculée. Donde el pronombre dont, que lo he traducido por “de la que”, hace referencia a renoncement (renuncia).
[1] “Le capitalisme en ordre de guerre” (“El capitalismo en guerra”) (20 al 26 de septiembre; texto sacado de Internet, se encuentra en la contraportada de la revista Les temps Maudits (revista teórica de la CNT-Vignoles), octubre de 2001); “A propósito de la globalización
capitalista” (27 de sept. al 3 de octubre); entrevista sacada de Internet (15 al 21 de noviembre de 2001).
[2] De l’espoir en l’avenir. Entretiens sur l’anarchisme et le socialisme (“De la esperanza en el futuro. Conversaciones sobre anarquismo y socialismo”), Agone, Comeau & Nadeau, 2001. Este texto no se encuentra en francés; ya figuraba en 1984 en la recopilación publicada por Martin
Zemliak en Acratie (Escritos políticos 1977-1983).
[3] Entrar en la página web de la revista Z-net: www.zmag.org/chomsky/index.cfm
[4] “Responsabilité des intellectuels” (“La responsabilidad de los intelectuales”), Agone, 1998, p.137.
[5] Réponses à huit questions sur l’anarchisme (Respuestas a ocho preguntas sobre el anarquismo), 1996, Z-net (en inglés)
[6] “L’autogestion n’est pas une institution mais un comportement” (“La autogestión no es una institución sino un comportamiento”), (P. Laporte.6)
[7] Gare au TGV! 1993 (¡Cuidado al TGV!) - acabado los ejemplares en papel; sólo se se puede sacar por intenet -
[8] ASR, n°25 y n°26, 1999 (Anarcho-Syndicalist Review, P.O. Box 2824, Champaign IL 61825, USA).
[9] Además de en el texto que cito, Chomsky usa esta metáfora en sus conversaciones con D. Barsamian, The Common Good, Odonian Press,1998.
[10] En el análisis geopolítico, ámbito donde sus competencias son las menos propensas a desaprobar, Chomsky adopta el mismo cariz democrático y reformista. “Le nouvel humanisme militaire. Leçons du Kosovo” (El nuevo humanismo militar. Lecciones de Kosovo), Éditions Page deux, Lausanne, 2000, se cierra con una llamada a meditar sobre los méritos del derecho internacional del cual el principal avance sería, según un autor que Chomsky cita elogiosamente, “la proscripción de la ley de la guerra y la prohibición del uso de la fuerza”. Lo que el prologuista califica “razonamiento de un rigor casi matemático” encierra esta tontería jurídica.
[11] Solamente Mike Long realiza un largo argumento para un pragmatismo confuso que lo conduce, por ejemplo, a una evaluación complaciente del régimen de Castro.
[12] Es el caso del “Instinct de liberté et De l’espoir en l’avenir”(“Instinto de libertad y la esperanza en el futuro”) (Chomsky) y para los “Les Chiens ont soif” (“Los Perros tienen sed”) (Baillargeon; c.f. nota siguiente).
[13] «Les chiens ont soif. Critiques et propositions libertaires» (Los perros tienen sed. Críticas y propuestas libertarias), Agone, Comeau et Nadeau, 2001. Impreso en Quebec. Publicado con la participación del Conseil des Arts du Canada, del programa de crédito de impuesto para
la edición del Gobierno de Quebec y el SODEC.
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